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domingo, 3 de mayo de 2020

4º ESO La Cadena del Conocimiento


Lucía Pérez y Colaboración 


Los Coppola, un imperio de talento.


Los premios Nobel,  tienen su réplica en el mundo del cine, en los Óscar, y ahí, solo dos familias dedicadas a ese arte, tienen unos números parecidos a la familia Curie: son los Coppola y los Huston. Ambas familias tienen ganadores de Óscar,  repartidos entre  tres generaciones distintas. Nos quedaremos con los Coppola.
Francis Ford Coppola, hijo de emigrantes napolitanos (me estoy acordando de la política ddel actual presidente de Estados Unidos, muy contraria a la llegada de inmigrantes), tiene cinco de esas estatuillas. Todos conocemos la saga de El Padrino,  en la que fue guionista y también director de El Padrino II, y su afamada película bélica Apocalipse Now.
Su hija, Sofía, se llevó el Óscar por Lost in Translation. Siendo,  hoy en día,  una de las directoras de cine más importantes.

Y nos falta, el nieto, y éste nos va a sorprender, ya que, se cambió el nombre artístico, para intentar triunfar en el mundo del cine, por su valía,  y no por llevar el apellido Coppola. Nos referimos a Nicolas Cage, que se llevó el premio gordo del cine, por su actuación en Leaving Las Vegas.
Laura Aguilera (10)




Otra pareja consagrada a la ciencia, fue la de Iréne Joliot-Curie (hija de Marie Curie) y su marido Frédérici Joliot que repitieron la hazaña 32 años después, ganando el Nobel de Química. La colaboración científica entre ambos se centró en el estudio de las emisiones radiactivas y así llegaron a producir de forma artificial elementos radioactivos. Durante tres años de investigación, el matrimonio trabajó en las reacciones en cadena y en 1935, ambos científicos fueron galardonados con el Premio Nobel de Química "por sus trabajos en la síntesis de nuevos elementos radiactivos".


Claudia Abril, Alba López y colaboración (9)




En el Panteón de París, que a día de hoy, tiene  la finalidad de honrar a los personajes que han marcado  la historia para los franceses, se encuentra Voltaire y unos cuantos más (no muchos). Entre ellos, el matrimonio Curie.
En 1896, Pierre inició la colaboración con su esposa (nacida en Polonia, y que había ido a Francia a completar sus estudios), en el estudio de la radioactividad, descubierta por el físico francés Henri Becquerel, cuyos trabajos darían como principal fruto el descubrimiento de la existencia de dos nuevos elementos en 1898: el radio y el polonio (en honor a la patria de Marie).
Los esposos Curie fueron galardonados en 1903, junto a Henri Becquerel, coon el Premio Noble de Física, por el descubrimiento de la radioactividad. Ocho años más tarde, recibió el de Química, en reconocimiento por los trabajos que le permitieron aislar el radio metálico, con lo que se convirtió en la primera persona en la historia merecedora en dos ocasiones de dicho galardón.




Si bien fue el matrimonio Curie, los que le dieron el nombre de radioactividad, fue Henri Becquerel, su inventor. Este fenómeno se produjo durante su investigación sobre la fluorescencia. El científico descubrió que ciertas sales de uranio emiten radiaciones espontáneamente. Hizo ensayos con el mineral en caliente, frío, pulverizado, disueltos en ácido y la intensidad de la radiación era siempre la misma, por lo que dedujo que esa propiedad radicaba en el interior mismo del átomo. 
El 1 de marzo de 1896, es el día que ha pasado a la historia, por haberse inventado la radioactividad. A modo de homenaje el Sistema Internacional de Unidades ha bautizado como becquerel  a la unidad de medida de actividad radiactiva.
Murió a la edad de 55 años en Francia.

Beatriz Pérez (8)



Voltaire, que llegó a entrar en la corte de nuestro  anterior protagonista, fue un filósofo y escritor francés de la Ilustración, defensor de la libertad de expresión, de la separación de la iglesia y estado, y crítico de la Iglesia católica, del Cristianismo, Islam y Judaísmo. Escribió poesía, obras de teatro y trabajos filosóficos e históricos, entre las que se incluye Cándido o Cartas filosóficas o Cartas inglesas. Nació el 21 de noviembre de 1694 en París, Francia, y fue determinante en la época de la Ilustración, alcanzando gran notoriedad e incluso, siendo aclamado en París y enterrado en el  Panteón. Todo un honor, sin duda.
Tuvo una vida azarosa, con visitas esporádicas a la cárcel, peleas  y enemistades, entre las que  se cuenta, la de su compañero ilustrado, Rousseau. Llegó a abandonar el país y enfadar a los suyos (a los franceses, me refiero). Su fama, le permitió viajar por Gran Bretaña, Suiza o Prusia, entre otros lugares.
De su inteligencia, me queda una anécdota muy lucrativa (para él mismo). Cuentan que, dándose cuenta, de que la compra de todos los billetes de la lotería nacional, seguía siendo inferior  al premio, se alió con unos cuantos y compraron todos los billetes. Ni que decir tiene, que le tocó.

Murió en 1778, sin problemas económicos.
Victoria Vasileva (7)




A nuestra anterior protagonista, la he relacionado con Federico II de Prusia, también conocido como Federico II el Grande, que fue el tercer rey de Prusia. Poseen varias coincidencias (me refiero a María Teresa de Habsburgo), como que empiezan a gobernar en el mismo año (1740), que su gobierno está basado en el despotismo ilustrado y, que fueron rivales, en la Guerra de los Siete Años. Perteneciente a la Casa de Hohenzollernfue uno de los máximos representantes del despotismo ilustrado del siglo XVIII, no en vano, acogió al mismísimo Voltaire. Impulsó la codificación del derecho prusiano, reformándolo según el principio de que la ley debía servir para proteger a los más débiles; abolió la tortura, fomentó la independencia judicial y la igualdad ante la ley. 

También se le conoce por sus victorias militares y por su reorganización del ejército prusiano, sus tácticas y maniobras innovadoras, y por el éxito que obtiene en la Guerra de Los Siete Años, pese a su situación casi desesperada, por lo que se le conoce ya en su época como Federico el Grande.

No está mal, para un rey que no quiso serlo, que molesto con las tradiciones militares prusianas y con su padre, intentó escapar a Inglaterra, lo que le costaría un tiempo en la cárcel y la contemplación de la decapitación, de la persona con la que lo intentó. Cuentan que a partir de aquí, su actitud cambió (no sé por qué). 
Para rematar, murió sin descendencia, pues no le interesaban las mujeres. 

Alicia Lorencio (6)



María Teresa de Habsburgo, fue emperatriz del Sacro Imperio Romano Germánico y ostentó asimismo los títulos de archiduquesa de Austria, reina de Bohemia y reina de Hungría. Era hija del emperador Carlos VI de Alemania, a quien sucedió al morir en 1740. Gobernó durante 40 años y es uno de los grandes personajes femeninos de la historia. Demostró su valentía y capacidad política reorganizando su imperio e introduciendo importantes reformas, muchas de ellas, propias del “despotismo ilustrado”: saneando las finanzas, modernizando el ejército, impulsando las ciencias y las artes, extendiendo la educación, también uniformizó la legislación, limitó la influencia política de la Iglesia, racionalizó la administración y sometió los poderes locales al gobierno central. Como se puede comprobar, hizo muchísimas cosas.

Colaboración


 



Y si hemos hablado  de los Habsburgo, o sea, de los Austrias, que mejor que relacionarlo con el  país homónimo. A partir de siglo XIII, en el que toman el control del territorio, los Habsburgo  y Austria, caminarán juntos hasta el        final  de la Primera Guerra Mundial.

Se trata de un país situado en el centro de Europa, perteneciente a la UE, con capital en Viena, y con una población que no llega a los 9 millones. Tiene fronteras hasta con 8 países (de los que más tienen en el mundo). Su clima dominante es el alpino, pues no en vano, la cordillera de los Alpes, ocupa dos tercios del territorio, y las cumbres rebasan ampliamente los 3.000 metros. Aunque no tiene salida al mar, un gran río, en su mayor parte navegable, discurre por el país: es el Danubio.

Lucía Pérez (5)
Escudo de los Habsburgo



Se acostumbra en España a llamar Casa de Austria a la dinastía Habsburgo o de Habsburgo-Borgoña, que da cinco reyes:
-          Carlos I (1517-1556)
-          Felipe II (1556-1598) 
-          Felipe III (1598-1621)
-          Felipe IV (1621-1665)
-          Carlos II (1665-1700)
Como ocurre con la dinastía de los Borbones, que procede de la legendaria estirpe de los Capetos, los orígenes de los Habsburgo –la familia que llevó a su máxima expresión al Imperio español– se pierde en los tiempos más remotos de la Edad Media a cientos de kilómetros de la Península ibérica. El proceso que condujo a los Habsburgo desde ser dueños de un pequeño condado en el corazón de Europa hasta ser los timoneles del gran imperio Mediterráneo de su tiempo es un completo desconocido en nuestro país. Su historia, no en vano, es la de la ambición desmedida y la de una estrategia clara: «Hagan otros la guerra; tú feliz Austria, cásate; porque los reinos de Marte da a los otros, a ti te los concede Venus» (la traducción de unos versos latinos del siglo XVI sobre la estrategia matrimonial de los Habsburgo).


El génesis de su poder, se encuentra en el antiguo ducado de Suabia, una región germanófona de lo que hoy es Suiza. En el siglo X, un noble alemán llamado Radbot, perteneciente a una familia de la nobleza germánica desde tiempos de los Carolingios en el siglo VIII, obtuvo un feudo en esta zona y construyó un pequeño castillo conocido como el «Castillo del Azor» (Halcón), que en alemán era llamado «Habichtsburg», puesto que albergaba un importante foco de cetrería. El nombre de los Habsburgo, los halcones, deriva de este castillo.


Beatriz Pérez (4)



La época de los tercios quedó magníficamente retratada en la saga del "Capitán Alatriste", escrita por el cartagenero Arturo Pérez-Reverte, y en la película, con el mismo título, de Agustín Díaz Yanes, y protagonizada por el actor Viggo Mortensen.

Un tercio era una unidad militar del Ejército español durante la época de la Casa de Austria. Los tercios fueron famosos por su resistencia en el campo de batalla, formando la élite de las unidades militares disponibles para los reyes de Monarquía Hispánica de la la época. Los tercios fueron la pieza esencial de la hegemonía terrestre, y en ocasiones también marítima del Imperio español. El tercio es considerado el renacimiento de la infantería en el campo de batalla, comparable a las legiones romanas o las falanges de hoplitas macedónicas
Los tercios españoles fueron el primer ejército moderno europeo, entendiendo como tal un ejército formado por voluntarios profesionales, en lugar de las levas para una campaña y la contratación de mercenarios usadas típicamente en otros países europeos.

Tras varios siglos, repletos  de hazañas y victorias, llegó el ocaso, en la derrota en la batalla de Rocroi, que significó el final de la hegemonía española, pero también de profundos cambios en la forma de plantear las batallas.
Colaboración
Museo "La Casa de Ana Frank".


El siguiente conocimiento, relacionado con Ana Frank, nos lleva a la ciudad de Amsterdam, la llamada “Venecia del Norte”(una de ellas). Fue en esta ciudad, donde estuvo escondida durante más de dos años, hasta que fue apresada, junto con las otras ocho personas, con las que convivía. Por eso, hoy, ese edificio, se ha convertido en un museo (uno de tantos que se puede visitar allí): “La Casa de Ana Frank”. Unos cuantos holandeses ayudaron a aquellas familias a sobrevivir durante tanto tiempo. Hoy, algunos de ellos, no están tan de acuerdo en ayudar a los países del sur de Europa (España e Italia), para contrarrestar los efectos del coronavirus. Pero, eso es otra historia.


Esta ciudad, estuvo en manos de los españoles durante mucho tiempo;  eran los tiempos de los Austrias (familia que gobernó durante dos siglos el país), y gran parte del viejo continente temía el poder de los ejércitos españoles (los tercios). La independencia plena de este territorio, la consiguieron en el Tratado de Westfalia (1648), y más concretamente, en el de Münster, que ponía fin a la famosa Guerra de los Treinta Años, y donde se hacía oficial esa independencia por parte de España.

Sergio Agudo (3)



La Segunda Guerra Mundial, dejó unas cifras terribles de fallecidos, entre 55 y 60 millones de personas, la gran mayoría anónimas. Entre las más conocidas, la de los líderes del Eje, Hitler y Mussolini. Pero también, otras personas normales y corrientes, que sufrieron en sus carnes las atrocidades de la guerra y las aberraciones del régimen nazi, y que , por diversas circunstancias, han pasado a la posteridad. En 1945, el mismo año del final de la guerra, concretamente, el 22 de Marzo murió Ana Frank, una niña alemana con ascendencia judía, conocida gracias al "Diario de Ana Frank", donde dejó constancia de los casi dos años y medio que pasó ocultándose, con su familia y cuatro personas más, de los nazis en Ámsterdam . Ana fue enviada al campo de concentración nazi de Auschwitz, el 2 de septiembre de 1944, murió unos dos meses antes de que fuera liberada.

Laura Aguilera (2)



         Nubes de hongo provocadas por las bombas atómicas lanzadas sobre Nagasaki e Hiroshima.

Si el suicidio de Hitler, había puesto punto y final a la guerra en Europa, el final de la Segunda Guerra Mundial en Asia, tendría que esperar unos meses. Los bombardeos atómicos de Nagasaki e Hiroshima, fueron ataques nucleares ordenados por Harry S. Truman, presidente de los Estados Unidos, contra el Imperio de Japón. Tras la derrota de la Alemania Nazi, el 8 de mayo de 1945 y la rendición del Imperio de Japón, el 2 de septiembre de 1945 (tras la firma de la Declaración de Postdam, el 2 de agosto), la Segunda Guerra Mundial terminó. Acababa la Segunda Guerra Mundial y daba comienzo, casi sin interrupción, la Guerra Fría. 

Como curiosidad, las bombas llevaban el nombre de Fat Man (Nagasaki) y Little Boy (Hiroshima).

Claudia Abril (1)



                                                  Soldado en el búnker destruido de  Hitler.

Yo, este texto, lo enlazo con el disparo más importante de la Segunda Guerra Mundial: el suicidio de Hitler, el 30 de abril de 1945, confinado en el búnker de la cancillería de Berlín, que significó de hecho el fin del III Reich y posibilitó acabar la guerra en Europa. Se cumplen ahora 75 años del fatal desenlace, pero que supuso el final de una gran pesadilla en Europa. Su muerte, tras su confinamiento voluntario, le acercó aún más a la figura de Napoleón, uniendo al confinamiento de ambos, la derrota en el intento de conquista de la vasta Rusia.




Texto de comienzo de la Cadena del Conocimiento




El destino quiso que el hombre que había dominado el mundo acabara confinado en un miserable e insalubre peñón, despiadadamente pequeño para su genio. Es fácil ver a Napoleón en Santa Elena como el trágico titán castigado por los dioses a causa de su arrogancia y encadenado a una roca en el sitio más a desmano del mundo, aunque al final lo que le comía el águila de la enfermedad no fuera el hígado sino el estómago. Desde aquí, desde nuestra encerrada cotidianeidad, el depuesto emperador es un caso interesante de cómo afrontar un confinamiento. Muestra de qué manera las rigurosas condiciones del mismo pueden torturar al más preclaro, activo y brillante de los hombres; qué no harán, pues, con nosotros.
Napoleón, pura voluntad y energía, lo probó todo en Santa Elena: se impuso un rígido horario, hizo deporte, leyó mucho, dictó sus memorias, plantó un jardín, cabreó a los ingleses, se reconstruyó una corte en miniatura, con sus entretenidas rencillas, discordias e intrigas; ordenó su biblioteca, pasó revista una y otra vez a sus sesenta batallas, sobre todo Waterloo (habría hecho esto, habría hecho lo otro), incluso tuvo una aventura erótica. Hasta hizo testamento, que ya es entretenimiento. Pero aquello no había quién lo aguantara. Cuando has conocido las arenas de Egipto y las nieves de Rusia, cuando la has montado en Arcola, Wagram y Austerlitz, te has hecho coronar por el Papa, has repartido estandartes multitudinariamente en el Campo de Marte y te has llevado a la cama condesas y princesas es fácil aburrirte. Los británicos, pueblo notablemente tacaño a la hora de apreciar el valor de los demás -que el suyo lo valoran estupendamente, qué tíos-, ya sabían lo que hacían enviando a Santa Helena al corso con la idea de deshacerse para siempre de él y fastidiarlo en su línea medular. Si eres un hombre con la imaginación activa, por no decir disparada, de Napoleón -no en balde escogió como emblema imperial las laboriosas abejas-, no hay nada peor que el que te constriñan.
Tras Waterloo no estaba claro que el futuro del emperador fuera a ser tan drástico. Tenía otras opciones. Entre ellas hacer como su hermano José, ex Pepe, e irse de rico plantador a EE UU (el hermanísimo se construyó una mansión en Nueva Jersey, Point Breeze, con jardines y hasta un lago artificial, y se echó una amante estadounidense). Pero como bien dice Andrew Roberts en su estupenda y entretenidísima biografía de Napoleón (Ediciones Palabra, 2016), tras la derrota “Napoleón hizo algo totalmente ajeno a su carácter: dudar”. De haber ido a América, se lamentó más tarde el emperador, “podría haber fundado allí un estado”. No tenía ninguna ruta de escape preparada. Se instaló en Rochefort y fabuló con organizar una flota para burlar el bloqueo británico y convertirse acaso en un imposible Sandokán francés ataviado con su típico uniforme de coronel de los cazadores a caballo de la Guardia. Pero finalmente, antes que caer en manos de los Borbones o los prusianos, que lo habrían ejecutado, se libró a los ingleses, confiando algo inocentemente en que le darían asilo y considerándolos los más poderosos, constantes y “generosos” de sus enemigos.


“Sed fieles a las opiniones que hemos defendido y a la gloria que hemos ganado; fuera de ello, todo es vergüenza y confusión”. Napoleón.

Este fragmento procede de la serie: Confinados en la Historia, por Jacinto Antón (El País).

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